viernes, 9 de noviembre de 2018

y eso para otro día

A veces pienso que es una pena
que la vida sea efímera,
me da pena vivir dos días,
pero a la mañana siguiente
me quiero morir.
Y es que por mucho
que no quiera hacerlo
siento demasiado;
lo siento demasiado,
todo me es demasiado
aunque a veces sea bonito
porque piense que no.

Es como cuando una crisis
(de migraña)
generas un cambio,
te deja de doler un minuto
y ese minuto es perfecto
- ojalá vivir en ese minuto eternamente -
pero todo vuelve en efecto rebote.

Y duele muchísimo más porque parecía que todo iba a calmarse,
estabilizarse.

Y las cosas son así:
a veces vivo en ese minuto
alargándolo como puedo
y me miro y puedo
y lo miro todo
y soy liviano,
soy papel,
soy hasta paisaje.

Y soy etéreo
y estoy fuera de mí,
fuera de esto,
fuera del minuto

porque no hay ni temporizador.


Otras vivo en ese bucle,
en el ahogo,
- por mucho que deje atrás la queja
y me mueva -,
en esa ola que me engulle.

Sigo teniendo miedo aunque diga que no,
miedo a que no haya más minutos,
más tiempo,
más oportunidades,
más ''voy a salir de esto'',
más ''sé que puedo con esto''
porque la verdad es que no lo sé.

No quiero que nadie me salve
(porque no hay nada que salvar)
pero a la vez quiero salvarme
pero que nadie me salve
y a la vez que alguien me salve

pero no, que no hay nada que salvar.
(y así en bucle)

Si me abro intentando reencontrarme
siento demasiado
y todo vuelve:
si me cierro intentando acorazarme
no siento nada
y todo se va.

Sea como sea el resultado es el mismo
pero con diferente sujeto:
Te abres,
te dañan.
Te cierras,
te dañas.

Creo que acabo de describir la depresión,
pero voy a seguir con el jazz
y eso para otro día.