El café y el aire frío que entraron por mi ventana me erizaron la piel. La abrí unos minutos antes intentando respirar, ya que yo era algo así como un navegante hundiéndose con su barco. Para mi desgracia, al abrir la ventana, también entró tu recuerdo. Me faltaron cigarros para calmarme, todo eso no hizo nada más que ponerme nostálgico. Yo seguía deprimido, con lágrimas en el corazón, pero no en los ojos.
Y con el dolor de cabeza. Con el dolor de cabeza que me mataba lentamente.