domingo, 23 de agosto de 2015

Tiempos de producción, personas producto.

La velocidad de una bala es ligeramente inferior a la velocidad del sonido. Supongo que eso no lo piensas cuando alguien te está apuntando con un arma. Yo, desde luego, no lo pensé. Estábamos él y yo, ahí, parados. Hasta que pasó lo peor. No vi cómo mi vida pasaba, pero vi cómo yo pasaba de la vida.
Y es que esa mañana me levanté con un café. Un café frío, cargado, amargo, como mi propia existencia. Llevaba años atormentándome por las expectativas de un futuro mejor. Ya no existe nada para la humanidad.
Nos lo arrebataron todo hace unos cuantos años. Puede parecer que hemos retrocedido, pero ahora los humanos tenemos que ser productivos para prosperar.
Cuanta más producción haya en una ciudad, más privilegios tiene para prosperar. Por eso están lo que se les llama ciudades fantasma. Donde la gente que está ahí no existe para el sistema. Casi como muertos muriéndose de hambre.
Se rumorea que algunos de los improductivos son llevados por trenes lejos, al horizonte. No sé qué hay al horizonte. Siempre quise saberlo. Ya no sirven los mapas. Hemos pasado malos tiempos por culpa de la contaminación medioambiental. La Tierra se fragmentó hace años. O, al menos, eso dicen.
Lo cierto es que yo siempre he sido un chaval normal, conformista. Lo cierto es que nunca me pregunté nada de esto hasta hoy. Digamos que siempre fui normal hasta que me alcanzó esa bala. Porque me devolvieron lo que el gobernador le arrebató a la humanidad: los sentimientos.

Acto seguido caí al suelo. El impacto de esa bala fue doloroso. Estábamos él y yo ahí, parados. Hasta que pasó lo peor. No quise pensar en nada, pero pensé en todo.
La calle estaba vacía, minutos antes habría pensado que estaba vacía como mi corazón.
Me dieron ganas de vomitar. Simplemente vinieron imágenes a mi mente de la Tierra, de cómo estaba antes de la fragmentación. Fue muy rápido y no me dio tiempo a asimilarlo todo.
Mi órgano vital estaba latiendo muy deprisa, y yo, temblando, sudando. Me puse de rodillas en el suelo y empecé a retorcerme del dolor.
El chico con capucha me estaba mirando. Simplemente sonreía. No alcancé a comprenderlo. La escena era patética y la calle estaba vacía. Y yo ya no estaba tan vacío.
El chico tiró su arma al suelo. No dijo nada, pero supongo que pensó que ya lo dijo todo. Yo seguía sin comprenderlo.
Toda esa escena me estaba dando asco. O simplemente es porque me invadió el asco. No sé por qué.
El chico se alejó. Yo estaba perdiendo el sentido aunque no estaba sangrando. Me dispararon algunas veces en el cuerpo de policía, el dolor se sentía casi igual, ligeramente diferente.
Unos momentos después sentí como alguien me susurraba una cuenta atrás. Cuando llegó a cero, me gritó que empezara a correr. Recobré el sentido. Vi los guardias del gobernador en la lejanía. Entonces no lo sabía, pero me convertí en un improductivo.